Al pasar por el estanque, ví un loto en flor e instintivamente le dije: "¡Qué hermoso eres, querido loto! ¡Y que hermoso debe ser Dios, que te ha creado!".

El loto se ruborizó, porque jamás había tenido la menor conciencia de su gran hermosura. Pero le encantó que Dios fuera glorificado.

Era mucho más hermoso por el hecho de ser tan inconsciente de su belleza. Y me atraía irresistiblemente porque en modo alguno pretendía impresionarme.